Al diablo con las instituciones y…. con los partidos también
Al diablo con las instituciones y…. con los partidos también
Ernesto Parga Limón
«Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo». Abraham Lincoln.
Es inmensa la capacidad de los políticos y de los partidos de generar el caos, de mentir, de polarizar, de trastocar el orden y la armonía que deberían promover. Inmersos en sus luchas de poder arrastran imparables, como un rio repleto de podredumbre todo a su paso. La confusión y las medias verdades son su territorio predilecto. Se victimizan permanentemente, sufren, según ellos, de golpeteos y de persecuciones más ficticias y desleídas que su propio credo político.
Incapaces de la menor autocritica defienden y atacan con el único argumento del color. Acá los buenos, todos, y los defenderán aun sin conocerlos, solo por el color, no importa que uno sea un bribón y otro un impresentable. Allá los malos, todos ellos, a menos que en graciosa maroma aterricen su giro en el color de enfrente, entonces son revestidos del mismo halo de moralidad que todos los de su nuevo color detentan.
Son como reyes Midas, pero al revés; devalúan lo que vale, lo que importa. No hay valor mas allá de su propio valor, no hay verdad mas allá que su propia verdad. No les importa la ley, descalifican a los tribunales a priori. Machacan sistemáticamente en contra de las instituciones que ellos formaron. En el poder actúan discrecional y parcialmente sin recato alguno. Muera el INE. El tribunal o me da la razón o es corrupto, vociferan. Obstaculizan las reformas que otrora ellos promovieron.
Los partidos y los políticos no creen en la democracia, no les gusta, no les gustan las instituciones que escapan a su poder, todo lo tergiversan, todo lo enlodan. Los gobernados son meros instrumentos que se manipulan, simples medios para llegar, o para mantenerse en el poder. Por donde pasan es difícil que vuelva a crecer la yerba.
Se presentan como el ultimo defensor de los valores de la democracia, son el nuevo Moisés que nos conducirá a la tierra prometida. Los del otro partido son corruptos, los que acá impolutos, en absurdo maniqueísmo todo es blanco de un lado y negro del otro. Los ciudadanos muerden el anzuelo, por ignorancia, por ambición, o por las dos cosas. Les creen, les aplauden y toman partido de uno de los dos lados de la mentira y se vuelven, entonces, férreos defensores de “su” político. El resto ya está hecho, ya consiguió el político su cometido, ya no hay razón ni verdad que valga, todo es tripa y víscera, todo es pasión animal.
Urge que la ley prevalezca, que la convenenciera posverdad de cada político se incline derrotada y sumisa ante la ley, la justicia y la verdad. Urge hacer algo, está más que demostrado el pernicioso actuar de los políticos, su desprecio por México, por sus leyes y por su gente. Urge hacer algo que ellos nunca harán urge someterlos, maniatarlos al imperio de la ley.
Acostumbrados como están a mentir, hablan de democracia, cuando son expertos en burlar sus reglas, hablan de amor por México cuando le patria les interesa un comino, se dicen mártires que ya no se pertenecen, héroe que se envuelven en la bandera de los ideales de la patria, cuando en realidad solo se sirven del voto de la gente para subir la enorme escalera de su ego.
Nuestro actual sistema político cooptado por los políticos y los partidos no permite que la democracia se consolide. Es una maquina de generar semidioses, “Huey Tlatoanis” intocables, poseedores de todo el poder. Los partidos cual modernos e ingenuos Dr. Frankenstein, crean la bestia ególatra que los va a ningunear primero y a someter después a su entero capricho.
Su desfachatada y sinvergüenza manera de actuar, es una permanente sangría de la esperanza y del sueño justo de un México mejor, parecen tan enquistados en nuestro porvenir que habremos de sufrirlos siempre.
Solo su torpe vanagloria, su soberbia ilimitada, su ambición desorbitada, su necio vivir a espaldas de la realidad, radicados en el universo paralelo y ficticio que sus aduladores les construyen, solo eso los pone, a algunos de ellos, no tantos como quisiéramos, en el justo lugar que se merecen. Una vez que dejado el poder vuelven a ser meros mortales, dioses caídos en desgracia, a los que alcanza el brazo de la ley que ahora otro tuerce en su perjuicio.
¿Habrá en esto una honrosa excepción que confIrme la regla? Usted qué piensa.
Pero en tanto, pobre patria nuestra, y pobres de ellos que han olvidado que todo cae por su propio peso.