Una esposa, una copa y una serie de la tele
UNA ESPOSA, UNA COPA DE VINO Y UNA SERIE EN LA TELE
Ernesto Parga
Decía Don Miguel de Unamuno, “yo no nací, a mí me nacieron en Bilbao”, queriendo declarar su nula participación en ese evento, “del cómo vivir, de eso si me hago cargo”, concluía el célebre escritor vasco. De la misma manera, yo pienso, que la gente se llama; como se llama, es decir, como le pusieron, sin responsabilidad alguna de su parte.
Mi hermano, a quien mis padres no conformes con ponerle tres nombres; uno de ellos Maximiano; imagínense nada más, cuenta que una vez cansado de tantos equívocos al momento de decir su nombre; que si Maximiliano, que si Máximo o cualquier otra de sus variantes, gritó a voz en cuello, a la mitad del salón de clases, descomponiendo su nombre en partes.
Maxi – mi – ano… el silencio se hizo y mi pobre hermano escuchó aterrorizado que sus palabras vueltas eco retumbaron rebotando en las paredes… Mi-ano, mi-ano.
Toda esta introducción tiene como fin que usted este de acuerdo conmigo en que hay nombres que resultan muy difícil de llevar, que son como una loza sobre la espalda de las pobres gentes. ¡Qué tal Teresno Grapa!, sí, así se llama, mi amigo, ¡qué le vamos a hacer!
Teresno es un tipo normal, ya maduro, pero que tiene ganas y como él mismo suele decir: “ronco mucho, pero afortunadamente, sueño aún más”. Es un hombre que ama los rituales, de placeres sencillos: el café mañanero que despierta y que lo conecta con la vida, “deberían multar al que salga a la calle sin café, es muy peligroso”, le gusta repetir. Ama la sobremesa con sus hijos que repasa los avatares de cada uno en el arte de vivir cada día, la charla con los amigos que intenta arreglar el mundo y lo deja exactamente igual, “nosotros -dice con ingenio a sus amigos-, sí que somos expertos en eso de hacer un cambio de 360 grados”.
Teresno es, considero y espero no equivocarme porque eso sería terrible, un tipo bueno, con sus defectos, que son muchos y cada vez más, según el mismo dice, pero ningún en realidad de considerar. Él y yo solemos conversar al menos una vez cada semana.
La última conversación entre nosotros sucedió la semana pasada, mejor dicho, fue un monólogo de parte de Teresno. Que solo él hablara, no me importunó en absoluto, sus palabras estaban tan encendidas, tan cargadas de emoción, que me dejé llevar y me convertí en un mero y agradecido escuchante de Teresno. Él enhebraba sus todavía frescas sensaciones, las tejía con la delicadeza del orfebre que experto en el damasquinado, estira allá, corta luego para dar un arabesco adorno que colma de belleza su quehacer.
Mi amigo inició con su relato emocionado…
ꟷEs que cada día la paso mejor con mi mujer, los años juntos nos han enseñado que la vida buena es más sencilla de lo que a veces pensamos, la sabiduría es, ahora lo entiendo, esa capacidad de ver la belleza en el detalle más menudo de la vida, es saber escuchar los profundos sonidos del silencio que tienen tanto que contarnos, es ser todo piel y todo corazón para sentir y agradecer la maravilla de vivir.
Yo lo observaba callado esperando que mi silencio lo animara a proseguir.
Teresno Grapa, como siempre que quiere contar algo importante, entornó los ojos, respiró y tras una pausa que pareció más bien una oración solo musitada para sí mismo, continuó diciendo:
ꟷ Mira amigo Parga, hace días llegué a casa, no es que hubiera tenido una mala jornada, pero si cargaba con cierta angustia que por preocupón me genero casi de la nada. Mi mujer terminó de hacer sus cosas, y me dijo; invítame una copita. Destapé entonces el mejor vino del mundo, del que se añeja en el alambique del tiempo y del amor, del que se degusta con vida lograda en compañía y se saborea en el recuerdo que funda el presente y da alas al mañana. Un vino que puede ser todos y cualquiera, pero que fue justamente el mejor, pues maridó armoniosamente su aroma y su buqué con nuestras historias, que forman el uno que ambos somos.
Teresno volvió a entornar los ojos y me dijo:
ꟷ¡Qué momento mi amigo…qué momento!, la copa servida, las manos tomadas, las bocas calladas, el queso en el plato, la serie en la tele, (también la mejor del mundo), porque el amor hace que todo sea lo mejor, perfecto, divino. Yo sé ya que el mundo es bueno porque camino con ella sin importar las asperezas del sendero y sé que el mundo es bueno, porque tengo una copa de vino, una serie en la tele y una esposa a mi lado. Concluyó Teresno con notoria voz quebrada.
No dije nada y me despedí con un abrazo grande que es la otra forma del lenguaje que la existencia nos regala.
Solo me falta decirte, amigo lector, que un anagrama es un nombre ficticio que se forma con las mismas letras de tu propio nombre, ¿tú ya tienes el tuyo?, yo ya te mostré, aquí, el mío.
Hasta la próxima.